Son las doce y está soleado. Voy por Salta, donde se juntan los borrachines por las noches. Hay colas de cigarro, latas y corcholatas de cerveza… El sol le pega directo al cordón, se ve seco, tiene mucho polvo.
Ni pensar que ahí están las partículas de piel de todos los que pasamos por ahí. Frente al chino encuentro un pedazo de cáscara de naranja. Siento alivio, no sé por qué. Quizá sea porque alguien prefirió comerse una fruta que fumarse un pucho. Hay muchas colillas.

Doblo hacia Moreno. El sol no es tan fuerte, puedo ver con más detalle el cordón. Siguen habiendo muchos puchos, son una constante.
Los desagües despiden agua, pero no la suficiente para llevarse la basura. Veo lo que el agua no se llevó. Y veo también los autos pasar en ella. Vibra, responde al movimiento de los cuerpos/objetos que circulan alrededor. Veo el sonido en sus ondas.


Sigo. Santiago del Estero es paralela a Salta, pero el sol no es igual. Hay una espadita de plástico, no sé si es de un juguete o de un sandwich. Las oficinas dejan sus desechos: comida, papeles, puchos.



Av. Belgrano tiene árboles, lo veo en el piso. Siento que la gente me observa, me siento más expuesta. Es una calle más ancha. Dos personas me preguntan qué hago. Les respondo.

Estoy atenta. Mi cuerpo está en la forma que he aprendido de la danza. Crezco desde la tapa de la cabeza, me agacho para filmar y me sigo expandiendo. Me siento cómoda, práctica.